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lunes, 15 de junio de 2020

EXPECTATIVA SOCIAL


Fare Suárez Sarmiento 
El sistema educativo colombiano es una de las franjas de la sociedad que goza del milagro de la longevidad; ni siquiera el poder del neoliberalismo local ha querido arrasarlo, así que podríamos incluirla en la tesis del poeta Ospina donde plantea que una de las características de la producción industrial contemporánea es la obsolescencia programada: la bombilla que debe alumbrar pero también fundirse en determinado tiempo. Pues, la educación nuestra se fundió desde el siglo XX, ni siquiera el advenimiento de las ntics ha logrado estremecer sus raíces, como tampoco lo pudieron la psicología, el surgimiento de la pedagogía y ahora la neurociencia. 
No obstante, el vértigo de los nuevos vientos anuncia nuestro anhelo de abandonar el muro de las lamentaciones y conjugar –por fin- voluntades, conocimientos y experiencias para crear el ejército pedagógico destinado a extraer de sus ruinas aquellos pedazos del sistema que han inmovilizado por décadas la civilización de la escuela. 
La crisis nos ha puesto a debatir sobre el cadáver insepulto de un sistema que venció la resistencia del magisterio; una concepción ideológica de educación para sostener la pobreza, maquillada con algunos trazos políticos inscritos en la Ley General 115 de 1994, que auguraba buenos designios y que un sector grueso del magisterio colombiano aplaudió y bendijo, sin prever su inminente descuartizamiento con la expedición de Decretos, Resoluciones y Directivas ministeriales que poco a poco fueron desvencijando los escasos avances de esa Ley. 
La oleada de conferencias, seminarios y talleres con las herramientas de la ntics, nos ha situado en una realidad contextual, a la vez que ha ratificado el analfabetismo tecnológico en el que se halla sumida la educación pública. De hecho, la pandemia reveló sin eufemismos las históricas inequidades de carácter estructural, como también coyuntural que se acentúan más en los pantanos de miseria en los que ser pobre 
no es una condición, sino una decisión política para que lo público preserve su categoría de beneficiencia, lo cual inocula en el imaginario de la gente la percepción de Estado Democrático. Sin embargo, debemos ser cuidadosos, no podemos cubrir todos los estadios falentes de la educación pública; por el momento llamemos a la prudencia para que el sosiego acompañe las decisiones que derivarán de todas las reflexiones en curso. Bien sabemos que abordar conjuntamente el problema de la crisis estructural en materia logística con las calamidades que presentan los postulados pedagógicos es un acto que demanda mucho tiempo y energía; este aparte, esencia de la realidad académica de la escuela, exige – sin duda- concepciones feraces de las que podamos elegir las pertinentes como base sobre la que descansaría todo un proyecto educativo distrital con una parada estacionaria sobre lo local, como se ha venido mencionando en la ciudad. Recordemos que esta crisis educativa desborda las consecuencias manifiestas de la pandemia en sentido estrictamente educativo; es decir, una vez resuelto el inconveniente de la ralentización pedagógica con la esperada ineficiente conectividad, persistirán los vacíos epistemológicos y los planes, programas y proyectos seguirán vestidos con discursos ajenos a las urgencias formativas de los niños y jóvenes. 

Las expectativas de los maestros se encuentran en el más elevado nivel, el hecho de escuchar con sonada insistencia que nada será igual después de la pandemia, conduce a despertar –por un lado- un optimismo relativo a una transformación cuya retoma de la democracia escolar reorientarìa la práctica pedagógica; de otra parte, el pesimismo asoma su olor a fracaso; lo que equivale a expresar que muchos maestros dispersos, indiferentes, alejados de la coyuntura comunicacional con los expertos, aseguran que todo volverá a su rumbo histórico en el cual el aula será el único escenario para la enseñanza y las áreas y asignaturas, en las dosis asignadas, la única fuente posible de aprendizaje. Pero igual, se trata de expectativas, así lo sienten las comunidades, los alumnos, los niños, los jóvenes y toda la sociedad que no cesa de escuchar que “el mundo cambió” y que a partir de “nada será igual”

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