Aunque
todos los problemas del conocimiento son interesantes, llama la
atención uno que resulta apasionante porque los avances de la ciencia
actual, especialmente en el campo de la psicología, en los estudios
sobre el cerebro humano y su funcionamiento, resultan de especial
importancia para tratar de explicar el origen del conocimiento humano.
La pregunta sobre el origen del conocimiento es crucial: ¿El conocimiento tiene su origen en la razón o en la experiencia?
Para
nosotros, tiene tanta importancia la experiencia como la razón en la
elaboración del conocimiento; no se pueden desligar el uno del otro
porque si bien es cierto es la razón la que comprueba la validez del
conocimiento adquirido, es absolutamente necesario partir de algo que
está fuera de la mente y que se percibe a través de los sentidos.
Se
requiere hacer una mirada retrospectiva de lo que ha sido este problema
a lo largo de la historia del pensamiento, para comprender exactamente
la problemática planteada.
Desde
los inicios mismos de la filosofía se plantearon dos respuestas: La
primera es la afirmación de que el conocimiento se origina en la razón.
Tal afirmación parece provenir en primera instancia de la importancia
que se le dio a la razón como la máxima capacidad del hombre, que lo
hace distinto y superior a todos los seres vivos. De allí, nace la
corriente denominada racionalismo, que concede la mayor importancia al
intelecto para obtener el conocimiento; la otra, afirma que el
conocimiento se basa en la experiencia, es decir, en lo tangible, en lo
que podemos ver, palpar, oler, gustar; dicho de otra manera, en lo que
podemos percibir a través de los sentidos. Para esta corriente de
pensamiento, el cerebro humano es como una hoja en blanco que va
acumulando el conocimiento de lo que se capta a través de los sentidos.
Toda la corriente del empirismo apunta a tratar de establecer la
importancia de la experiencia sensorial en el proceso del conocimiento.
La
situación problema se presenta cuando se comparan y confrontan los
datos obtenidos de las percepciones sensoriales con el producto de las
operaciones mentales. Muchas veces, no existe coincidencia entre ellos.
¿Esto es producto de percepciones sensoriales equivocadas o resultado de
operaciones mentales mal elaboradas?
Sabemos
que algunos filósofos trataron de establecer una síntesis entre el
racionalismo y el empirismo como fue el caso de Aristóteles y Tomás de
Aquino en la corriente denominada intelectualismo, cuya doctrina se
puede resumir en la frase de Aristóteles: “Nada hay en la mente que no
haya estado antes en los sentidos”. Según esta corriente, para construir
el conocimiento, se parte de la percepción del objeto a través de los
sentidos para luego ser interpretado por la razón. Se debe llegar a una
adecuación del objeto real con la imagen que construya la razón, es
decir, una adecuación del objeto y sujeto. De la misma manera, Kant se
colocó en una posición intermedia entre estas dos corrientes de
pensamiento y originar el criticismo con un añadido sobre “elementos a
priori” que suponen un conocimiento previo a la experiencia; de
cualquier manera, el conocimiento adquirido deberá ser sometido a un
riguroso examen crítico que permita establecer la veracidad del
conocimiento.
El
racionalismo niega que se pueda conocer a través de los sentidos y
trata de probar que los sentidos nos engañan, tal como lo muestran el
programa televisivo "Juegos mentales" en el que nos muestran como es de
fácil engañarnos y mostrar una percepción equivocada de los objetos con
un simple cambio de perspectiva o utilizando trucos con la distancia y
forma de los objetos que se le muestran a los sujetos con los cuales
realizan los programas. De igual manera, no solo la percepción visual
está sujeta a engaños; también la auditiva e incluso la táctil.
La
aparición de la GESTALT o psicología de la forma en los inicios del
siglo XX, mostró perspectivas interesantes con la introducción de leyes o
principios de cómo el hombre percibe los objetos de la realidad. Los
hallazgos de esta escuela, parecen dar la razón a quienes proponen una
síntesis entre las dos corrientes a las cuales nos hemos referido. Si
examinamos los principios o leyes propuestas, vamos a encontrar que las
percepciones sensoriales son interpretadas por el cerebro humano
siguiendo unas pautas específicas que fueron sometidas a un riguroso
examen crítico, que permitió establecer los principios y leyes que
pondremos al servicio de la idea general de la importancia de la
experiencia y de la razón en la construcción del conocimiento. ¿Cuáles
son esos principios?
El
primero, es la llamada “Ley de la buena forma”, según la cual el
cerebro humano trata de reducir lo que se percibe a las formas más
simples posibles; el segundo es el principio de la semejanza, según el
cual la mente agrupa los elementos comunes de un conjunto; y esa
semejanza se asocia con la forma, los colores, el tamaño y otros
elementos que se perciben visualmente. Otro principio interesante es el
principio de la proximidad, según el cual los elementos que aparecen
contiguos se perciben como una unidad; Otros principios como el
principio de la simetría, el principio de continuidad, el principio de
dirección común, el principio de simplicidad, el principio de relación
entre figura y fondo, el principio de igualdad o equivalencia, el
principio de cerramiento, el principio de la experiencia, están todos
relacionados con la manera como se perciben los objetos, lo cual nos
lleva a la conclusión que la experiencia es muy importante para la
construcción del conocimiento.
Los
anteriores principios, según nuestra interpretación, muestran que
existe una estrecha relación entre la experiencia y la razón,
entendiendo por razón un complejo de pensamiento que hace posible que el
cerebro humano adecue el objeto que se conoce por medio de una serie
compleja de procesos mentales para establecer lo que sería el
conocimiento mismo.
Muy
seguramente, los avances científicos en el área de la neurología podrán
en el futuro, determinar con absoluta certeza la manera como razón y
experiencia se unen para realizar los procesos necesarios que comprueben
nuestra afirmación.
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